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La lectura de la realidad

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La lectura te envuelve como telaraña, se adhiere a la piel cuando intentas huir para otro lado, te engulle, sales para observar la realidad primera, la que vemos y escuchamos, la que pensamos  es real, solo porque nos enseñaron a desentrañar sus signos y  símbolos, o porque nos arrojaron para interactuar con los otros. Por eso la lectura se vuelve interesante, porque estamos frente a una realidad que únicamente nosotros interpretamos. Si las campañas de lectura no funcionan, es porque no hemos leído bien nuestra realidad, y lo que se refleja es un mundo desconcertante. Lo primero que se me viene a mente cuando hablo de la lectura, es a un sujeto parado en la calle, deliberando su dirección, leyendo lo que nos presenta lo real: un anuncio, las primeras planas de los periódicos y revistas, promociones varias de objetos inciertos. Un sujeto que aprendió a desentrañar el significado de un par de garabatos en la escuela y que después comenzó a utilizar esas palabras en la vida diaria y que se encuentra parado en la esquina de una cuidad transitada y sin saber qué hacer porque las palabras lo abruman.  Un tipo se le acerca y le tiende un tríptico, una hoja con información sobre un viaje a la playa, lo comienza a leer y se imagina tostándose bajo los rayos hirientes del sol. Por un momento, esa invitación lo hizo ser otro, imaginarse en otro lugar. Ahora me pregunto si aquel sujeto pudiera leer una novela, qué es lo que pensaría, a qué parajes lo llevarían. Entonces, se le ocurre una idea  y comienza su camino.

Si la lectura es la acción básica para desentrañar signos, por qué tanta abulia por emprender un camino más largo, hasta llegar a un libro. Ya no necesitamos apologistas de la lectura, ni actores que inviten a leer cinco minutos diarios, sino a seres comprometidos que entiendan que la lectura es un complemento de la vida y un placer no sólo para los expertos. Los libros son un compendio de palabras, son frases y párrafos llenos de signos que han sido inventados para nuestro beneplácito, un sistema para entenderse y entretenerse. Quizá no queda más que leer los anuncios que vemos cuando vamos caminando por la calle.

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La lectura es un acto básico y subversivo. Un punto medular para la libre apreciación de las ideas, y de la libertad que nos otorgamos como individuos.

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Recuerdo entonces el libro A la mar, Galvao de Francisco José Cruz, un texto que leí para contrastar los comentarios realizados por los presentadores el día de su presentación en Profética. Y aunque el tema del libro no tiene que ver con lo que escribí al inicio, sí tiene que ver con el viaje que te hace emprender la lectura. Desplazamiento o movimiento de un personaje. Un viaje físico a distintos puntos del planeta, un viaje que se presenta con bellas mujeres, paisajes entrañables, situaciones de amor y de celos, de locura y de sometimiento a los designios de una realidad que es vivida desde el hedonismo. Las lecturas donde un hombre viaja, son siempre bienvenidas porque nos presentan otros mundos, y no imaginarios, sino reales.

A la mar, Galvao es un libro peculiar porque cuenta la historia de un personaje entrañable, el cual narra las peripecias y estados de ánimo de aquellos  lugares que ha visitado. Un sujeto que habita un mundo donde los hallazgos son la materia para sus relatos. Dentro de la novela se desarrollan escenarios donde las mujeres se suceden rápidamente y donde el amor va cambiando dependiendo de la latitud donde se encuentre. Cada capítulo cierra con la voz de un sirviente, personaje que desmiente las hazañas perpetradas por aquel aprendiz de escritor-amante. Galvao, un sujeto que no desea dejar escapar lo sucedido porque pretende perpetuar su historia, hasta hacerla llegar a un escritor desconocido.

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La lectura de libros de viaje, o de cualquier historia conmovedora, insistentemente toca las puertas de la percepción para que sean abiertas, para que nos introduzcamos en momentos muy íntimos que el escritor nos pone en frente. Quizá valga la pena revalorar nuestros principios en el aprendizaje de la lectura, para que no sólo traduzcamos los signos que vemos en la calle y que nos hacen decidir nuestro camino, sino también vivir la aventura de los viajes que nos proponen un montón de escritores, y que simplemente nos hacen ser otros, después de haberlos leído.


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